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  • Foto del escritorJuan Márquez

Actualizado: 2 jul 2021

Federico Botero - Libertank



Hemos progresado significativamente en múltiples dimensiones del desarrollo humano, en gran parte gracias a la libertad económica. Esta nos da la posibilidad de organizarnos como sociedad, entre otras, bajo la forma de empresa, y de emplear nuestra creatividad, talentos y recursos para entregar soluciones.


Sin embargo, nuestro desarrollo está desconectado de la salud de la naturaleza, de la cual somos una parte inseparable. Nuestra idea de crecimiento lineal en un mundo de recursos finitos nos está llevando a agotar recursos como el petróleo, alterando el clima 5.000 veces más rápido que en cualquier otro momento de la historia. Nuestra huella ecológica equivale a 1,5 planetas, un ritmo de consumo 50% mayor a la capacidad de la naturaleza de regenerar sus recursos. Estamos tratando a la naturaleza como un ingreso y comprometiendo, paradójicamente, nuestro progreso.

La pérdida de dinámicas de la naturaleza y la falta de adaptación al cambio climático son retos sistémicos, a su vez conectados con un aumento en los riesgos de desastres, crisis alimentarias, escasez de agua, el surgimiento de enfermedades infecciosas e inestabilidad social.


Necesitamos co-crear una nueva visión de progreso con una mirada ecológica, reconociéndonos parte de la naturaleza. Nuestros impactos en el clima y el resto de la naturaleza no pueden seguir siendo una externalidad. Deben estar en el centro de las soluciones, enmarcadas en un desarrollo regenerativo. Y para acelerar esta transición, necesitamos, entre otras soluciones, a la empresa.

¿Por qué la empresa? Existen otras formas de movilización social valiosas, pero son las empresas las que cuentan con modelos de negocio y crean recursos, y esa es precisamente su fórmula mágica. Como señala Michael Porter: las utilidades permiten que las soluciones crezcan, sean escalables y se mantengan en el tiempo.

Más allá de que las empresas destinen parte de sus utilidades en forma de donaciones filantrópicas -lo cual es loable- necesitamos empresas con modelos de negocio regenerativos que amplifiquen su impacto positivo, ayuden a sus grupos de interés a progresar en sus comunidades.


El concepto de “regeneración” implica una revolución copérnicana para el capitalismo. Nuestros esfuerzos en sostenibilidad se han enfocado en ser menos malos: reducir nuestra huella de carbono, consumir menos agua, generar menos basura o mitigar los impactos negativos en la naturaleza.

Un capitalismo regenerativo es hacer explícita esa dirección positiva en la que queremos avanzar, con una mirada ecológica. Con soluciones alrededor de que tengamos aire limpio, agua limpia y en las cantidades necesarias, suelos fértiles, ecosistemas saludables, energías renovables, una economía circular, educación de calidad, salud, y la libertad para soñar, idear, diseñar y entregar esas soluciones.

Es también gracias a la libertad económica que como consumidores podemos hacernos la pregunta: ¿Qué empresas queremos que existan? La libertad implica responsabilidad, por eso, como empresarios y consumidores tenemos la responsabilidad de trazar una nueva senda: pasar del progreso con impactos colaterales negativos, a un desarrollo regenerativo que funcione para el todo del que somos parte, la naturaleza.

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Ecoral: la ética cotidiana


Federico Botero es abogado, también buzo, y de una de sus inmersiones emergió una idea que luego se convirtió en empresa: Ecoral, una iniciativa que tenía como propósito fomentar con las empresas el cuidado y la recuperación de los arrecifes coralinos.


Con el pasar de los años comprendió que su misión requería de acciones globales y a gran escala, por eso el objetivo de Ecoral mutó a un propósito superior el de fortalecer la estrategia para operar rentablemente en un planeta que cambió. Ya no solo son los corales, ahora trabajan por la sostenibilidad y por la conservación de los diferentes ecosistemas.


Para lograrlo es necesario tener consciencia acerca de las contribuciones de la naturaleza a la sociedad, solo así se puede pasar de una era empresarial de impactos negativos a una de impactos positivos.


En su emprendimiento, Federico promueve ideas como que los ecosistemas son formas de infraestructura natural que hay que cuidar y gestionar, “es como cuando se paga un peaje por usar una vía, también debería existir una contribución por cuidar los páramos, las quebradas y la vegetación, por ejemplo”, afirma.

Más allá de las empresas, la sostenibilidad puede entenderse como una suma de decisiones éticas cotidianas que todos podemos realizar: ¿cómo me transporto? ¿Cómo dispongo de los residuos? ¿Qué productos compro? Ese tipo de preguntas nos recuerdan que la naturaleza no es ajena a nosotros, que todo está interconectado y que cuando una pieza falla, las consecuencias son evidentes.

Por ejemplo, si el páramo de Belmira llegara a colapsar Medellín perdería cerca del 70% del agua que este almacena.

Fuente: Semana.

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  • Foto del escritorJuan Márquez


Me despierto con el sonido del río San Antonio, que baja cargado de agua por la lluvia de anoche, y el canto de las aves, que me recuerdan el privilegio de levantarme en el campo. Salgo al balcón a escuchar ese concierto y me encuentro un amanecer de un cielo azul suave, con tonos rosado claro y magenta.





Abajo, veo el río Cartama, dirigiéndose hacia el Cauca serpenteando detrás de los Farallones de la Pintada, que sobresalen iluminados por unos rayos de sol casi celestiales. Y, a lo largo del recorrido de estos ríos, una bruma que los cubre y acompaña atravesando el horizonte todo el cañón del Cauca. Este es el amanecer con el que me recibe Támesis, una subregión rica en naturaleza y agua en el Suroeste de Antioquia.


Mientras avanza la mañana, la bruma va ascendiendo como un gran río volador, empujada por los vientos y recorriendo toda la cuenca del Cartama, desde los casi 500 metros sobre el nivel del mar, en Tierra Caliente. A ese río se va sumando la transpiración de agua que todavía emana desde esas tierras bajas, que no hace mucho tiempo fueron bosques abundantes, y, a pesar de que ahora están transformadas en potreros y cultivos monocromáticos, todavía tienen enormes árboles abuelos, aislados en el paisaje, que nos recuerdan la grandeza de esos bosques y nos motivan a pensar en la exuberancia que puede volver a tener —y que debemos regenerar— este cañón del Cauca.





Empiezo a oler el río volador que se ha venido enfriando por la geografía empinada de la cuenca del Cartama. Ya subió hasta los 1.600 metros sobre el nivel del mar, a la altura de mi balcón, desde donde también veo las palmas, la torre de la iglesia que sobresale en la plaza del pueblo y el cerro de Cristo Rey, en la Tierra Fría de Támesis, a 2.150 metros sobre el nivel del mar.


Las aves que cantaban en la madrugada se empiezan a perchar en sus ramas para recibir la bruma. Cantan felices, mientras se dan su baño de costumbre, como buenos antioqueños, un ritual que heredamos de nuestros ancestros indígenas, que también habitan en nosotros. La emoción de estas aves, como la mía, es clara: estamos contentos recibiendo estas gotas frescas de agua que nos cubren totalmente, con una mezcla de aire cálido y frío. Ya ni las aves ni yo vemos el cañón del Cauca, ni las palmas, ni la torre de la iglesia, ni la peña del Cristo. Apenas nos vemos los unos a los otros a unos pocos metros de distancia.





Con la llegada de esta bruma ellas redoblan sus cantos, que se vuelven más melódicos, más alegres, como si estuvieran agradeciendo este proceso que mantiene la humedad y que a su vez se nutre de las aguas que escurren por los ríos que caen hasta el Cauca, a través de un diálogo permanente que hace posible esta riqueza de naturaleza. Y así como ellas, nosotros también deberíamos agradecer, porque este es un proceso vital para las dinámicas y el desarrollo de las partes alta, media y baja del Suroeste de Antioquia.


Cantan los mirlos (Turdus grayi), turpiales montañeros (Icterus chrysater), azulejos (Thraupis episcopus), toches (Ramphocelus dimidiatus), pechirrojos (Pyrocephalus rubinus), y salen los colibríes colirrufos (Amazilia tzacatl). Uno de los cantos protagonistas de este concierto es el del Mayo (Turdus ignobilis), un ave que, a diferencia de las demás concertistas, no cuenta con plumas coloridas, pero compensa esa falta de color con uno de los cantos más hermosos, que nos regala en las épocas cercanas al mes que le da su nombre.





Me tomo un café, un fruto de una planta ajena a nuestro territorio pero que los paisas hemos adoptado como propia, y salgo a encontrarme con mi amigo Sebastián, un regenerador en movimiento en el Suroeste, un orgulloso tamesino —como una parte de mi corazón, donde también guardo amor por Titiribí y otros pueblos de Antioquia, por el pueblo de Barú y por Providencia—, y a quien me une el amor por este territorio, las buenas conversaciones, las caminatas, la naturaleza y sus charcos.

Salimos a meternos al charco de la Orqueta, arriba en el río San Antonio, que baja limpio hasta que llega a la primera casa en la entrada al casco urbano de Támesis. En el camino a la Orqueta nos acompañan cantos de Cacique Candela (Hypopyrrhus pyrohypogaster) un ave endémica de Colombia, amenazada, pero que es común encontrar en estas tierras, y carriquíes (Cyanocorax yncas). Casi llegando al charco veo una oropéndola con su cría (Psarocolius decumanus), con una cola amarilla vistosa que apenas pude ver porque el bosque se hace espeso en la orilla del río, a medida que nos alejamos del pueblo y nos metemos adentro en la montaña.





Llegamos al charco y el río volador había pasado, estaba en la parte alta, en Tierra Fría, bordeando toda la cuchilla. Miro hacia arriba, a las Peñas, y me siento maravillado con la cobertura de bosque de la parte alta de Támesis que recoge y regula toda esta agua. Un bosque que se ha conservado, no porque lo valoramos, sino porque el terreno no ha permitido “civilizar” esas tierras escarpadas.


Pienso en toda esta riqueza, de la que somos una parte inseparable, y mirando al filo del cerro, a las Peñas, rico en verdes, con aves y mariposas, siento esa misma felicidad que sintieron las aves agradeciendo al agua en su baño de la mañana; en esta ocasión, porque entiendo que este charco de la Orqueta en el que nos vamos a bañar, además de estar cargado del agua de la lluvia de anoche, está nutrido de ese diálogo permanente con el río volador que sentí y olí esta mañana, y que vino desde la parte baja del río Cauca, y hasta del mar.




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